La ultima semana americana, una otra vez y tanto breve de parecer ya terminada: el viaje en el Perú, fantástico pero quizás vivido menos intensamente de las experiencias en los otros países latinoamericanos. Llegando desde la desnuda costa del Océano Pacifico, Lima se parece a un enorme y polvorienta franja de desierto, a primera vista poco atractiva y acogedora. El trafico congestiona la metrópoli reduciendo el centro histórico (en cerca de Plaza de Armas) a un embudo de smog, nada de romántico. La gente grita para vender mercancías de cualquier tipo, desde la comida a los objectos mas inusuales. Un viejo nos enseña el producto con lo que dice «me gano la vida«, el Manual del Pendejo, mejor dicho sueños a tiempo ya caducados y agua santa… la vida en América Latina nunca es banal ni dulce, reclama solo mucha, demasiada fantasía.
El museo Yuyanapaq. Para recordar (en memoria de los veinte años de la guerra civil, 1980-2000), recuerda con un intenso recorrido audio-visual el horror del genocidio sufrido por el pueblo andino y el periodo quizás mas trágico de la historia peruana, una temporada de oposiciones ideológicas que llevaron una ola de terror en el país. Come siempre, los que pagaron el precio mas trágico de esta guerra fueron los pueblos indígenas, particularmente en la región de Ayacucho. Aplastado por una espiral de violencia y actos terroristas, el país perdió su consciencia y suspendió su propria historia.