Salvador de Bahía es una ciudad viva, sensual, envolvente. Respira su propia cadencia, sin vacilación ni timidez, negrisima: una loción alquímico feliz, generada por un pasado turbulento y difícil.
El alma negra de Salvador impregna cada callejón, se asocia con unas sonrisas contagiosas, ojos felices y pelo finamente ondulado, una felicidad ostentada que se mezcla sin pudor a las peores desgracias. Cada mirada recuerda Teresa Batista cansada de guerra, la obra maestra de Jorge Amado, uno de los hijos adoptivos más ilustres de Salvador de Bahía.