Merzouga, dunas del Sahara

La brisa fresca de la mañana que emana del palmeral, nos levanta antes de lo esperado. Mochila a la espalda, dejamos Tignhir y llegamos en pocas horas en autobús hasta Erfoud; con un pequeño micro lleno de gente nos movemos hasta Rissani y luego tomamos un taxi hasta Merzouga. Llegamos al hotel de nuestro amigo Nazihr, nos fascina una hermosa vista directamente hasta las dunas de arena dorada del Erg Chebbi. Estamos llenos de energía, a pesar del sol abrasador, y esperamos a Nadir, un joven de origen bereber que nos guiará en el desierto con Bob Marley y Jimi Hendrix, dos camellos hermosos.

Al atardecer llegamos a la duna más alta del Erg, donde disfrutamos de unas vistas impresionantes. Un largo descenso en la arena nos lleva a la carpa donde pasamos la noche. Comemos sabroso con un tajín con harira, cantamos, tocamos. Observamos sorprendidos a la danza silenciosa de las estrellas alrededor de la luna. Dormimos bajo esta manta aterciopelada hasta el amanecer.

Merzouga, Sahara marruecos

Tinghir y Bereberes

Por la noche, después de dejar las mochilas en Tombouctu hotel, empezamos a girar el zoco. Como suele ocurrir, de pronto encontramos a un amigo, Nazihr: un tipo muy agradable, que nos dice todo acerca de Tinghir y el origen de sus pueblos, los bereberes nómadas. Al día siguiente, vamos con él al Barranco del Todra, una formación de roca maciza, de hasta 350 metros de altura, de la cual fluyen numerosos manantiales de agua clara, alimentando la palma de Tinghir.
Más allá del barranco, nos trepamos por una empinada senda, que sigue las laderas de las montañas áridas, al pie del Atlas hacia el desierto… Nazihr nos guía donde podemos disfrutar de unas impresionantes vistas sobre el valle del Dades. Un poco más allá, encontramos un campamento de nómadas bereberes: las personas aún viven en carpas simples para protegerse del sol durante el día y en cuevas naturales en la noche para protegerse del frío. La señora, que confirma la hospitalidad de la gente, nos prepara un té de tomillo, mientras que los niños Lazhen y Youssef jugan con nosotros y las cabras; la abuela distante y su hija mayor, soltera todavía, nos muestran tímidamente la alfombra que están tejiendo en preparación para el matrimonio.
Viene la noche y caminamos a la sombra de la antigua medina de Tinghir, hay fantasmas de un mundo distante y abandonado, hombres, mujeres y niños bereberes que han abandonado la dura vida de las montañas, para desaparecer en el caos de la ciudad. Sus espíritus vagan aún, desesperados en la memoria de una vida nómada.

Tinghir y Barranco del Todra

Tinghir y Valle del Dades

Tinghr y Valle del Dades

Hay momentos en un viaje en el que se suspende la conciencia, dando paso a la brisa fresca de la mañana. Al Frente de la estación de autobuses de Ouarzazate se encuentra un polvo fino, lo que indica el camino hacia el desierto del Sahara. En silencio, oímos los gritos de los conductores de taxis, a la espera de que invoquen el nombre de nuestro próximo destino, de acuerdo a un ritual que se repite desde años. Otras personas aparecen de la nada y parecen estar interesados en trasladarse a Tinghir en el valle del Dades.
Nuestra Mercedes, una copia del siglo pasado, bellamente engalanada con guirnaldas y pegatinas de publicidad, no traiciona sus novecientos mil kilómetros recorridos en condiciones climáticas extremas y, hábilmente manipulado por el conductor, proceda a demoler la franja de asfalto que se pierde en el paisaje árido del Valle del Dades. La temperatura nos obliga a paradas frecuentes, en el intento de extraer agua de numerosos pozos y aguas subterráneas profundas. Aparecen esquinas verdes por encima de pequeñas tiendas, donde venden agua de rosas.
Por último, se despliega a nuestos ojos la franja verde brillante de jardín de palmeras de Tinghir, y somos recibidos por la cara sonriente de Youssef, que nos ofrece un té bereber.

Sugerencia de viaje: pasar la noche en el hotel Tombouctu (acerca de la estación de autobuses), construido sobre las ruinas de una Alcazaba.

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