Manuel, su familia y la tierra

Parte Cuarta. La noche, en frente al fuego, Manuèl y su esposa nos cuentan la historia de su vida, que al final es la historia de muchísimos campesinos, indígenas y latinoamericanos, antes y después de ellos. Una aventura empezada en el año ’67, cuando el ejido Emiliano Zapata todavía era un proyecto del futuro y la Selva Lacandona se extendía virgen mucho mas allá de los actuales limites. Nos hablan de un entero año de privaciones para ahorrar el dinero del boleto aéreo y la primera inspección en la área del futuro ejido: a pesar de que la selva le daba miedo, Manuel no tenia otra opción y en el año 1968 dejó su pueblo nativo y tomó posesión de su pedazo de tierra, junto con su mujer. Siguieron años de dura lucha contra la jungla, el hambre y las enfermedades: de los 65 fundadores de la comunidad, solo veinte resistieron al primer año. Por unos meses comieron caracoles, después con mucha fuerza y animo consiguieron traer los primeros animales, el maíz y otros cultivos. Después tantos años, Manuel nos enseña orgulloso sus nietos y la pequeña escuela que pudieron construir. Vivimos la sensación que la aldea siga adelante muy bien, como una comunidad donde las personas se ayudan una con la otra, pero permanecen los problemas de siempre. La escuela no garantiza un servicio continuo (los maestros llegan desde Ocosingo y cambian cada rato), el medico atiende una vez a la semana y no puede visitar todos los necesitados (las carreteras en la región no son asfaltadas y resultan muy duras), los medicamentos son utilizados con parsimonia, pero siguen siendo un lujo inalcanzable…

Mientras comemos nuestra porción de sopa de verduras, en silencio pensamos a las ultimas palabras de Manuèl: «Los jóvenes se van del ejido porque no encuentran trabajo y nosotros, uno cada uno, estamos desapareciendo. Pero vamos a resistir hasta el ultimo día en nuestro pedacito de tierra, conquistado a sudor, sangre y lagrimas». Para saludarnos Manuel nos canta el himno del ejido, el y su esposa se emocionan hasta llorar: en esta noche nos enseñaron que en las dificultades se encuentra el camino mas sincero hacia una vida llena de serenidad…

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Ejido Emiliano Zapata y Laguna Miramar

Parte tercera. Adolfo nos despierta muy temprano en la mañana, pero nosotros somos tan lentos que, después de un sencillo desayuno y la búsqueda de las botas, cuando estamos listos, el sol ya brilla alto sobre nuestras cabezas… nos adentramos por un camino de unos diez kilómetros, hacia las orillas de la Laguna Miramar. Pronto entendemos como las intensas lluvias de la noche cambiaron profundamente el sendero, reduciéndolo a una franja de barro. Compartimos un buen tiempo con un hombre del ejido y sus dos hijos, hablando sobre la belleza del lugar, pero sobre todo escuchando fascinados su idioma, el tzotzil (junto al tzeltal, el principal de los idiomas nativos de origen Maya, que todavía se hablan en Chiapas). Al final nuestra aventura llega a ser algo casi épico, fatigando por milpas (campos de maíz) , caballos esqueléticos y jungla, pero los esfuerzos valen la pena: la Laguna Miramar es un espejo de agua cristalina, rodeado por una vegetación exuberante y sin huellas humanas. Trascurrimos unas horas olvidándonos de todo, pero la necesidad de regresar al ejido, nos lleva otra vez a la realidad.

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Comunidad indígena de Chiapas

Parte primera. Durante el tiempo pasado en Ocosingo, fuimos observadores de una vida dura pero intensa. Día después día, las personas se volvieron cada vez mas abiertas con nosotros y la ultima noche conocimos a una familia oriunda de un pueblo por la carretera hacia San Cristobal, todos juntos con el padre que vendía dulces en la plaza. La madre, una mujer muy joven, era tan orgullosa de sus cinco hijos y tenia toda la razón como que eran bonitos, curiosos y amables. Hemos pasado toda la noche jugando con ellos… creemos que el concepto de pobreza no puede ser definido en términos absolutos: felicidad significa sorprenderse y sonreír por las cosas mas sencillas y estos niños nos transmitieron exactamente esta misma sensación. Cada comunidad, cada pueblo debería tener el derecho a satisfacer sus necesidades primarias (comida, agua, salud y paz) siguiendo la ruta indicada por su propia cultura y pasado. ¡La libertad no es para todos!

La historia que sigue es el resultado de nuestra experiencia en la Selva Lacandona, donde estuvimos en estrecho contacto con unas comunidades indígenas de Chiapas: algunos días que todavía nos permitieron acercar una realidad autentica, inolvidable y a veces extremadamente contradictoria.

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