Tinghir y Valle del Dades

Tinghr y Valle del Dades

Hay momentos en un viaje en el que se suspende la conciencia, dando paso a la brisa fresca de la mañana. Al Frente de la estación de autobuses de Ouarzazate se encuentra un polvo fino, lo que indica el camino hacia el desierto del Sahara. En silencio, oímos los gritos de los conductores de taxis, a la espera de que invoquen el nombre de nuestro próximo destino, de acuerdo a un ritual que se repite desde años. Otras personas aparecen de la nada y parecen estar interesados en trasladarse a Tinghir en el valle del Dades.
Nuestra Mercedes, una copia del siglo pasado, bellamente engalanada con guirnaldas y pegatinas de publicidad, no traiciona sus novecientos mil kilómetros recorridos en condiciones climáticas extremas y, hábilmente manipulado por el conductor, proceda a demoler la franja de asfalto que se pierde en el paisaje árido del Valle del Dades. La temperatura nos obliga a paradas frecuentes, en el intento de extraer agua de numerosos pozos y aguas subterráneas profundas. Aparecen esquinas verdes por encima de pequeñas tiendas, donde venden agua de rosas.
Por último, se despliega a nuestos ojos la franja verde brillante de jardín de palmeras de Tinghir, y somos recibidos por la cara sonriente de Youssef, que nos ofrece un té bereber.

Sugerencia de viaje: pasar la noche en el hotel Tombouctu (acerca de la estación de autobuses), construido sobre las ruinas de una Alcazaba.

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