Desde la entrada, un breve recorrido en bicicleta nos lleva a la playa de Cañaveral, por un sendero inmerso en la jungla. Finalmente estamos en el Parque nacional Tayrona, una reserva natural única por belleza, ejemplo mas puro de costa caribeña incontaminada. El primer contacto con el océano atlántico es verdaderamente emocionante: una franja deserta de arena blanca, delimitada por piedras levigadas y palmas de coco. El paraíso tropical, entonces… una larga caminata nos lleva al lugar llamado Arrecifes, cada paso una sorpresa, hasta que sentimos de nuevo las olas perderse en la costa: delante a nuestros ojos una otra maravillosa cala, dibujada de un mar turquesa y cristalino. Nos abandonamos con incredulidad a la belleza del paisaje, impresionados por un ecosistema tanto salvaje. Pensamos a los legítimos habitantes de esta región, el pueblo indígena de los Tayrona, la primera civilización encontrada de los europeos en el continente suramericano. De ellos quedan las hermosas miradas de algunas jóvenes mujeres que trabajan en el parque y las características chozas en piedra y madera, con el techo en hojas de palma. Un pueblo perfectamente adaptado a una natura impresionante: el mar abierto y indomable, las pendientes empinadas rodeadas por la jungla y mas por el interior las cumbres cubiertas de nieve de la Sierra Nevada de Santa Marta. Entre estas montañas floreció su cultura de expertos artesanos del oro, cuya expresión mas significativa fue la Ciudad Perdida, un pueblo Tayrona olvidado y descubierto solo en los años 70 del siglo veinte.