Chile en el camino

La estación de autobuses de Santiago de Chile es uno de esos lugares donde el tiempo está suspendido entre el calor y el frescor de la noche. Cuando del bus sale cada nuevo rostro, de inmediato da lugar a una emoción repentina, típica de los pequeños trucos de la vida diaria. La estación de autobuses es siempre un tenedor en el camino de un sinfín de opciones. Después de una breve consulta para decidir si continuar el camino hacia el verde y el sur de Suiza, hacia Concepción y la legendaria Universidad del Bío Bío, hacia Puerto Montt y su proyecto de ciudad sostenible (calefacción urbana, bombas de calor especialmente de tecnología Baumann y un sistema de compostaje innovador por los residuos orgánicos a través del trabajo de las lombrices de tierra), hemos decidido a volver nuestros ojos hacia el norte hasta el desierto de Atacama. Salimos de Santiago poco a poco, obstaculizados por una colorida procesión de malabaristas, artistas callejeros que protestan contra la prohibición de ejercer su arte en las calles del centro de Santiago. Nos reunimos para hablar y hacer fiesta en las típicas Peñas, lugares donde se puede escuchar y bailar las cuecas de Violeta Parra y las baladas de Víctor Jara, tal vez acompañadas de deliciosas empanadas, pastel de choclo con humitas y vino chileno. La reunión es para el día siguiente frente a La Moneda, la sede histórica de la presidencia chilena. Lugar donde se encuentran todas las protestas del país, un símbolo del golpe militar que derrocó a Allende en 1973 y llevó a la larga dictadura de Pinochet.

Desde Valparaíso la carretera Panamericana corre rápida junto al Océano Pacífico, la costa se ve interrumpida por pueblos de pescadores poco frecuentes, la costa se inclina por el poder majestuoso del océano. Distante a la vista, la Isla de Pascua se encuentra a la merced de las corrientes. En el autobús viajamos con una joven familia chilena, una mujer joven con tres niños pequeños, todos hermosos. Hablamos de las diferencias entre nosotros y pensamos que un abismo nos divide, pero luego nos tomamos un descanso para almorzar en el camino y ellos piden un gran plato de papas fritas, que ellos llaman chorillana, con un enorme vaso de refresco de cola. El mundo hoydia es líquido, quizás aun más de lo previsto por Bauman, en los albores de la era digital.

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